Campos de tréboles
No lo busqué. De la misma manera que con ocho años
de edad, volviendo de la escuela, atravesando el parque que separaba mi casa
del colegio, me di de bruces con un trébol de cuatro hojas que se convirtió en
mi inseparable amuleto. De ese idéntico modo me enfrenté a un libro que me
obligaron a leer como un clásico pero que no fue escrito para serlo: «El
guardián entre el centeno». Y sí, me cambió la vida. Un buen libro a una edad
temprana, unos seis años después del suceso del trébol, me agitó por dentro y,
tras ese gesto de cierre, tras el acabar agridulce, me dejó con los ojos
abiertos durante más minutos de los que los párpados se habían atrevido a
soportar hasta entonces. Y supe que uno podía sentir añoranza punzante por un
objeto de papel. Y comprendí que un libro podía releerse y que esa acción era
maravillosa y permitía, además de disfrutar, aprender.
En aquél instante no era consciente de a qué me
estaba enfrentando. Había estudiado algo de literatura en la escuela, pero los
libros recomendados habían pertenecido a colecciones infantiles o juveniles,
como se suponía que debía ser. Además, era casi imposible cultivarse con nada
enmarcado dentro del siglo XX. Hasta la universidad no supe lo que fueron las
vanguardias o los escritores de post-guerra porque las materias se implantaban
tanto en primaria como en secundaria por orden cronológico, y la época más
actual siempre quedaba sacrificada porque el ritmo del curso no había permitido
al profesor llegar hasta el final. Me harté de la Edad Media y del Renacimiento
y luego… me topé con el síndrome de la nube en el cerebro que me impidió conectar
la Historia con la Literatura, como si se tratase de entes independientes, sin
comprender que una cosa sin la otra era un absurdo.
Por tanto, me encontraba frente a una obra seria,
de adultos, aunque aparentemente de adolescentes, y no tenía herramientas ni
para situar debidamente al autor. El hábito de contextualizar me llegaría un
puñado de años más tarde. Tampoco nadie me explicó que iba a leerme uno de los
libros que había sido de los más prohibidos del mundo, al menos en el encuadre
de su publicación. Y supe, a raíz de una tercera lectura, que también era el
libro más leído en los institutos americanos. No sabía que detrás de tanta
ironía se escondía una crítica profunda a la II Guerra Mundial. Ni me imaginaba
lo difícil y transgresor que debía resultar el atreverse a escribir de aquella
forma, con un arriesgado narrador protagonista, en primera persona, enfocado en
un adolescente, que se expresa como tal: con ese vocabulario incendiario y
provocativo, con tacos y vulgaridades, con fórmulas mal formuladas. Tampoco me
di cuenta de que todo aquello sucedía en tan sólo tres días y que, con ese
gesto, la magdalena de Proust ya no me parecería tan original cinco años después.
Al leer al Guardian antes que a Swann, alteré mis acontecimientos.
Me limité a interpretar la novela tal y como se
esperaba de mí: como adolescente que era, anhelando la libertad, rechazando la
solitud y el aislamiento y admirando la rebeldía que se respiraba en sus
páginas. Los episodios de amargura se me antojaron más llevaderos gracias al
sentido del humor que ofrecían las continuas bromas de Holden. Era mi momento
de la pérdida de inocencia y eso es lo que vi, a pesar de que a mí nunca me habían
expulsado de la escuela, ni me iban mal los estudios, ni vivía en ninguna
residencia de estudiantes, ni había sufrido la pérdida de seres queridos. Aún.
El guardián no me vigiló, sino que me abrió la puerta
que otros libros no supieron y me dejó entrar. He vuelto a él cada vez que me
he visto en una situación de crisis de lectura o escritura. Lo más curioso de
todo es que esto que explico no es singular. Es una obra que ejerce poder. A lo
largo de mi vida me he encontrado con otras personas, a mi entender con cierto
criterio literario, que también han experimentado esa fascinación y que la han
leído más de tres veces. Y eso, teniendo en consideración lo grande que es el universo
de las buenas novelas, a parte del mérito, da un poco de repelús.
2 comentaris:
Que bo!! T'agafen ganes de llegir-lo.
Em sembla fascinant!
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